Una crónica sobre el relojero de la plaza Sant Jaume y su incansable labor en el corazón de la ciudad.
En el bullicioso entorno del Ayuntamiento de Barcelona, en la emblemática plaza Sant Jaume, reside un hombre cuya presencia ha marcado el devenir del tiempo durante más de dos décadas. Bartomeu Rocabert, de 55 años, no es solo un relojero común; es el custodio de los relojes del municipio, una figura venerada por su dedicación incansable y su habilidad excepcional en el arte ancestral de la relojería.
Descendiente de una estirpe de relojeros, Bartomeu ha heredado no solo el oficio, sino también una pasión inquebrantable por la preservación del tiempo. Cada miércoles, antes del alba, se adentra en los pasillos del ayuntamiento, listo para cumplir con su sagrado deber: dar cuerda y realizar los delicados ajustes que mantienen en marcha los relojes de la Casa Gran y otras dependencias municipales. Su labor, aunque silenciosa, es vital para asegurar que el latido del tiempo en el corazón de la ciudad no se detenga nunca.
Pero la destreza de Bartomeu no se limita a los relojes de cuerda. Como uno de los pocos relojeros de campanario en Catalunya, su pericia se extiende también a los relojes electrónicos que adornan la fachada de la Casa Gran. Con manos diestras y ojo meticuloso, se asegura de que estos símbolos modernos de prestigio y tradición funcionen con la precisión de un reloj suizo.
En un mundo dominado por la tecnología, donde la hora se consulta con un simple toque en la pantalla del teléfono, la labor de Rocabert podría considerarse anacrónica. Sin embargo, él insiste en la importancia de los relojes tradicionales como guardianes de la identidad de los edificios y la comunidad. Son más que simples instrumentos para medir el tiempo; son testigos silenciosos de la historia, marcadores de hitos y momentos inolvidables.
Con su trabajo minucioso y su devoción inquebrantable, Rocabert se erige como un faro en la noche, guiando a Barcelona a través de las corrientes tumultuosas del tiempo. Su legado perdurará en los rítmicos latidos de los relojes que él cuida con tanto esmero, recordándonos que, en un mundo fugaz y cambiante, la tradición y la dedicación aún tienen un lugar sagrado.