A Angélica Govanna García López siempre le ha encantado dibujar, Sailor Moon fue inspiración y detonó su amor por el anime.
Un error en su acta de nacimiento provocó que desde los siete años se autodenominara “Gala”, pues según ella, era una abreviación de su nombre.
Hoy con 35 años es una artista consolidada y reconocida en Villa de Colorines, Valle de Bravo, de donde es originaria, tiene dos hijos a quienes adora y el unschooling ha sido su mejor opción para seguir trabajando y educarlos, pues el mayor, de siete años, tiene hiperactividad y déficit de atención.
Por esta razón, organiza perfectamente sus tiempos y solo puede trabajar de noche como los “murciélagos”, o muy temprano, para atender a sus hijos.
El unschooling ha sido su salvación y le ha permitido mantener su esencia artística, ya que después de batallar por un tiempo en el kínder, pudo regresar a pintar, cantar y realizar otras actividades.
“Soy una mamá-artista”.
“Gala” es heredera de una familia con gran tradición musical, su padre fue uno de los primeros en incursionar en las bandas de rock y formar el grupo “San Juan”, se incorporó con su voz y el pandero para tocar en las fiestas y restaurantes.
En secundaria y preparatoria explotó su talento con trabajos como imágenes religiosas, retratos y pinturas para sus vecinos.
Cuando llegó el momento, la Escuela de Bellas Artes fue su mejor opción para estudiar una carrera profesional; al principio optó por Música o Artes Plásticas, donde fue aceptada, pero en un giro inesperado terminó en Danza Folklórica, profesión que ejerció por varios años como promotora de Educación Artística.
Mientras estudiaba, Braulio Hernández Hernández, su profesor de Historia de la Danza, quien conocía de su talento, le solicitó varios bocetos de niños realizando diversas actividades -pensando, caminando, jugando- sin saber para qué.
“Los fui haciendo entre clases, a lápiz y sin color, pero nunca supe para qué los quería realmente. Terminé haciendo un bonche de dibujos tipo anime, sin mucho detalle”, cuenta apenada.
Al final su trabajo rindió frutos y sin saberlo se convirtió en la ilustradora de un pequeño libro de náhuatl para niños, que terminó en países como Italia. Su pago, 10 ejemplares por ser una edición de bajo presupuesto.
“El libro fue autoría del profesor y mis dibujos fueron parte de este proyecto, es raro porque el libro es para enseñar náhuatl y tiene dibujos tipo japonés”, resalta riéndose.
Tras convertirse en madre y enfocarse en su crianza, “Gala” se dio cuenta que estaba alejándose de su pasión y necesitaba reinventarse para mantener su esencia.
Gracias a su esposo Chuchín, quien estudió Comunicación, decidió aprender a usar Photoshop para dibujar de manera digital.
“Una vez que aprendí, descargué una aplicación en el celular y le empecé a picar, con todo lo que ya sabía de Photoshop se me hizo súper facilísimo y empecé a subir mis dibujos con mejor calidad, otro mundo”.
Gracias a su versatilidad y que nunca se queda quieta, empezó a hacer caricaturas de toda su familia. Su suegro la motivó a cobrar por su trabajo y no regalarlo como cuando era niña.
“Subí unas fotos en mi cuenta de Instagram con cotizaciones y arrancó la fiebre de caricaturas en el pueblo. Con la cuestión digital se me facilitaron tanto los pagos como los envíos”.
Los trabajos que antes cobraba en 200 pesos, hoy pueden costar 450 o más, según lo que haga, pues con el tiempo ha valorado su trabajo y la importancia del dinero en su vida familiar.
“Cuando hago cosas para mí y mis hijos no importa el tiempo y la dedicación, pero cuando se trata de trabajos bien elaborados que me llevan varios días, cobro lo que debo; hoy cobro más por el tiempo que puede ser un día completo en digital o semanas a pinceladas”.